Nikolái Gógol escribió su poema “Oda a Italia”, una de sus primeras obras, antes de conocer el país. Italia siempre fue para él una fuente de inspiración, y con el paso del tiempo se convertiría en un lugar donde su libertad creativa sería alimentada y expresada. Ahí se gestaría su libro más conocido, Las almas muertas, que retrata el alma rusa, novela (inconclusa) llamada “poema” por el propio autor.
Roma, que aquí presentamos como un viaje del autor por la ciudad, fue concebido originalmente como parte de una novela que nunca vio su fin: es el viaje de un príncipe romano que, tras pasar los años de formación en París regresa a Roma. Ahí descubre que la ciudad que antes apareció como anodina ante sus ojos hoy le devela la máxima belleza en cada rincón. Nabokov dijo que para Gógol Rusia y Roma presentaban una unidad en su mundo imaginario, y Roma es el texto para establecerlo. En el siglo xix, cuando París era la capital de la cultura para Occidente, Gógol prefería una arquitectura más ligada a su estética: contra la belleza evidente, casi vulgar que veía en París, prefería la aparente normalidad de una ciudad como Roma, donde el paseante encuentra verdaderos milagros a la vuelta de la esquina. Juan Villoro dice en el prólogo a esta obra: “Escrita con una prosa cargada de sensualidad, que Selma Ancira transmite perfectamente en su traducción, Roma representa una recuperación del origen […] Lo cierto es que [Gógol] creó un símbolo del amor mundi. Su viaje no requería de más rodeos”.